Arden las fragas

Hoy me despierto desesperanzada. Arden las Fragas, el alma verde de los gallegos, los pulmones de esta tierra, el paraíso de naturalistas, biólogos, fotógrafos, escaladores, senderistas y piragüistas, entre tantos otros. Arden las Fragas. Y nosotros también ardemos. 
Ardemos de indignación y de impotencia después de una noche plagada de las peores pesadillas. Ardemos porque nos queman las lágrimas. ¿Cómo explicar a aquellos que se muestran ajenos a la naturaleza que hoy a sus amantes nos duele literalmente el cuerpo?
Arden las Fragas. Y a cada segundo que pasa recuerdo las horas transcurridas en las más de nueve mil hectáreas de bosque; recuerdo cada liquen, cada hongo, cada musgo, cada saxifraga, cada helecho, cada roble. Recuerdo cada salamandra, cada libélula, cada marta, cada corzo, cada gato montés, cada cabra que descendía de la zona más alta de la montaña a beber de las aguas cristalinas del Eume.
Hoy reconozco que no tengo esperanza. Vivimos en un mundo en el que la mayoría de los hombres se cree que el planeta está para servirles, que la Tierra está a disposición de seres humanos que se creen superiores; mas no lo somos, somos una especie más en el engranaje del mundo. No vivimos por encima de los mamíferos ni de las aves ni de los invertebrados, vivimos con ellos. No vivimos poseyendo bosques, desiertos, tundras, mares, humedales, lagunas, ríos ni océanos, sino que los compartimos en una casa que es la Tierra; una casa que, a este paso, quedará reducida a cenizas y cemento. 

Porque todo esto no es nuestro. No es «nuestro bosque», «nuestro mundo» ni «nuestro océano». Todo esto estuvo aquí mucho antes que nosotros. Todo esto se las apañó perfectamente sin nuestra presencia. Y esta sociedad en la que vivimos contabiliza su valía en términos económicos. Craso error. Por mucho que paguen los cazadores por cazar un lobo, no hay dinero que pague el silenciar sus aullidos para siempre. 
Hace un par de semanas fue la última vez que me adentré en las Fragas. Suelo ir a menudo a lo largo del año, pues cada estación tiene un encanto especial. La exhuberancia del verde en primavera y el frescor de sus sombras en el caluroso estío contrastan con los tostados tonos del otoño y la desnudez única y sincera de sus contornos en invierno, con sus cascadas y torrenteras en cualquier rincón. Garzas reales me acompañaron aquel día en mi deambular por sus orillas. Nunca imaginé que lo siguiente sería esto.
Woodwardia
Arden las Fragas. Y muchos se imaginan que es otro bosque más, una bonita masa verde de la tierra gallega. Pero las Fragas son mucho más que eso, son el mejor bosque atlántico del continente europeo. 

Muchos gallegos desconocen los tesoros que alberga, hasta que un día llegas y les cuentas una historia, le pones nombre a una especie, y dices: «Está ahí, en el corazón del bosque, por sus escarpados senderos». Esto me ha pasado con el Woodwardia radicans, un helecho de la época de los dinosaurios, un helecho de más de dos metros de largo que abraza las laderas de la Fraga desde hace 50 millones de años. Qué pronto se dice, ¿verdad? 50 millones de años. Una auténtica joya relicta en nuestra península. Como él, decenas de tesoros se suceden; tesoros que en un segundo desaparecen por las lenguas del fuego; tesoros que muchos jamás contemplarán.
Se quema la tierra que nos cobija, y mientras tanto sigo creyendo que la única forma de valorar y proteger la naturaleza que nos rodea es el conocimiento, por eso tiene tanto sentido formar parte de Biodiversidad Virtual, por eso me hago eco de proyectos como SOS Paisajes del Mar, por eso contribuyo en la medida de lo posible a su divulgación.
Pero hoy me siento desesperanzada. Hoy el abatimiento me puede. Sé que cogeré arreos de nuevo, que sacaré fuerza para ir a ver lo que queda del bosque y dejaré constancia de ello, aunque las lágrimas corran por las mejillas cuando me pelee con el trípode y enfoque con el objetivo. Sé que iré para ser testigo y difundir qué es lo que estamos haciendo a este paraíso que habitamos. Pero hoy, hoy me siento deseperanzada. 
Hoy siento que comprendo más a los lobos que a mis congéneres humanos.
Hoy me siento ceniza.
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Sobre Silvia Pato

Autora de las novelas «Las nueve piedras» y «El Libro del Único Camino». Redactora de contenidos en diversos medios digitales.

6 comentarios :

Anónimo dijo...

Deja que corran esas lágrimas igual que corrió el fuego por los arboles, las plantas y los animales, deja que corran las lagrimas por todas las redes sociales...

Anónimo dijo...

No hay palabras que puedan dar consuelo en estos terribles y tragicos momentos. La perdida de un bosque atlantico, quiza el último que quedaba.......

@reku (Alexandre Ríos) dijo...

Una auténtica desgracia. Todavía no se sabe si ha sido provocado, no? Desde luego, vamos a perder esta tierra.
Un saludo.

Areku Desings
Brush Art Designs

Anónimo dijo...

Silvia, muchos ánimos y piensa que después del fuego si el hombre no interviene, la sabia naturaleza vuelve. El Woodwardia crecerá de nuevo bajo la sombra de una roca y después bajo una arbol que crecerá. Yo he trabajado en zonas quemadas y claro que cambia, desaparecen unas aves y aparecen otras, pero las plantas siguen ahí con sus semillas, con sus rizomas, esperando el momento para volver. Es evidente que la complejidad del ecosistema quizá tarde centenares de años en recuperarse, pero si no se interviene, si queda virgen y a la buena de dios renacerá de sus cenizas.

LLuís

Silvia Pato dijo...

Gracias a todos por vuestras palabras. Me llegan al corazón.
Ojalá tengas razón, Lluís, ojalá. Habrá que esperar para poder evaluar la magnitud del desastre. Pero tienes razón, habremos de pensar en el ave Fénix.
Un saludo a todos

Erna Ehlert dijo...

Silvia, no sé como ayudarte en el dolor que sientes.

Te entiendo muy bien. Yo misma, que nunca he pisado las Fragas, siento un malestar profundo.
Lo siento por todos los crímenes que ocurren contra la naturaleza.
He visto muchas fotografías de las Fragas y sufro por la destrucción por el fuego.
Lluis ya te dice, la naturaleza se recobrara, esto si, tenemos que respetar y cuidar la.