«Los árboles, solamente los árboles, de entre todos los seres creados, llegan casi a perpetuar su vida sobre la faz del planeta. Es verdad que especies porosas y ligeras como el sauce, el llorón, el aliso, viven apenas media centuria; mas en cambio especies duras y sólidas como el pino, el boj, el cedro, el olivo, el ébano, viven siglos y siglos.
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Si en corroboración de estos asertos quisiéramos presentar una lista de árboles seculares aún vivos, a fe que había de resultar bien larga. Pero no entrando en nuestros propósitos dar un carácter demasiado técnico a estos sencillos bosquejos, habremos de limitarnos e indicar los que aparecen circuídos de mayores prestigios así por su edad avanzada, como por sus desmedidas proporciones. Basta, pues, para nuestro objeto citar la encina de los partidarios, enclavada en el departamento de los Vosgos y que cuenta con seiscientos cincuenta años; el alerce de los bosques de Ferri, que atestigua tener ochocientos años de existencia; el abeto de las montañas de Bequé, designado por los habitantes del país con el nombre de cuadra de las gamuzas, al cual se le atribuye la edad nada menos que de mil doscientos años; el tejo de Fontingall, en Escocia, cuya existencia se hace ascender a la cifra de tres mil años; para no enumerar más, los pinos de California, que cuentan la fabulosa edad de seis mil años.
Y ahora decid: ¿Os parecen baladíes los prestigios con que se presentan a nuestros ojos los vegetales? ».
ALBEROLA, Ginés. El Templo de Flora (Cuadros de la Naturaleza). Madrid: 1888.
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