El punto de partida

El punto de partida

Cuando era pequeña, me encantaba corretear alrededor de las rocas de la playa en medio de ese ruido burbujeante de la vida marina. Era fascinante encontrarse cangrejos, lapas, enormes manojos de mejillones, caracolas, percebes, camarones y estrellas de mar en los batidos arenales del océano. No ha pasado tanto tiempo, apenas algunas décadas, y sin embargo ahora, al volver a recorrer esos rincones que conozco como la palma de la mano, me devuelven un hábitat que se encuentra profundamente disminuido. ¿Una estrella de mar? Es posible, pero mucho más difícil. ¿Crustáceos? Más bien restos de comida de gaviotas que los traen de bastante más adentro; por no hablar de los pocos percebes o camarones que arrasan los turistas durante el verano, cuando no son más que una sombra de futuro. 

Decididamente, las rocas no tienen el mismo aspecto. Añoro en ellas mucha de aquella vida que solo encuentro en mar abierto o bien si el cambio de marea es lo suficientemente pronunciado como para permitir acercarse a esos recodos que el océano, afortunadamente, protege. A mi alrededor, los críos de ahora no se imaginan los tesoros que había en la playa, y la fascinación que crecía al ver llegar y partir todo tipo de moluscos en un ciclo eterno. Ellos considerarán esto lo normal y apenas me creerán si les cuento que los cangrejos pasaban de roca en roca mientras te quedabas en cuclillas ante ellos.

Esta reflexión que a menudo me he hecho viene acuciada por la charla que he descubierto hoy de Daniel Pauly,  sobre el modo en que se va desplazando el punto de partida que consideramos óptimo de la naturaleza que queremos proteger. La conferencia, aunque versa en exclusiva sobre el medio marino, podría extenderse por analogía al  medio terrestre. 

Confieso que sus palabras me recuerdan una de las razones por las que me apasiona la fotografía de naturaleza. Y si es que en cierta forma, con mayor o menor maestría, uno puede mostrar el hermoso mundo de ahí fuera, dejando constancia de su realidad, no puede por menos que esperar que sirva de ayuda para su conservación, su protección y su valoración. Porque nunca como hoy podemos dejar constancia de toda la belleza que existe en el planeta, y poder barrer de un plumazo las dudas e incertidumbres de aquellos que no te creerán cuando digas que en aquellas rocas había más vida que unas algas y un par de lapas.



Compartir en Google Plus

Sobre Silvia Pato

Autora de las novelas «Las nueve piedras» y «El Libro del Único Camino». Redactora de contenidos en diversos medios digitales.

6 comentarios :

Anónimo dijo...

Hermoso y duro lo que cuentas. Suscribo cada una de tus palabras...

Manolo dijo...

También me encanta caminar por esas rocas, lo hago siempre que estoy cerca del mar, y suscribo tus palabras, ahora busco tesoros con mis hijos,y me gustaría que se revirtiera esta historia y cuando ellos fueran con los suyos, la vida se hubiera multiplicado, significaría que habríamos aprendido de esta historia y habríamos puesto los medios para remediarlo, quizás solo sea otro sueño. Saludos

@reku (Alexandre Ríos) dijo...

Desde luego, esta reflexión se tendría que hacer constante en el día a día. Nuestros hijos tienen que ver cómo eran las cosas antes, cómo son ahora, y cómo serán, si no hacemos nada.
Saludos.

Areku Desings
Brush Art Designs

Silvia Pato dijo...

Gracias por pasarte y comentar, José Antonio. Ciertamente es una sensación agridulce. Saludos.

Silvia Pato dijo...

Sí, Manolo, seguiremos buscando tesoros y seguiremos soñando, procurando que todos los niños puedan apreciar la belleza y el tesoro que nos rodea para pasarles el testigo. Saludos

Silvia Pato dijo...

Vivo con ella bien presente, Alexandre. Y reconforta leer opiniones de todos vosotros en las que se comparte la preocupación y la emoción. Todos pondremos un grano de arena para luchar contra el tiempo.
Un saludo